Imagen del reclamo que hacía un comerciante
en la puerta de su tienda, en los porches
del Mercado Central
El trabajo diario
Para la
mayor parte de estos habitantes que no tenían un oficio específico, el trabajo
diario era exclusivamente agrícola o ganadero.
Las labores
del campo todavía las realizaban con herramientas rudimentarias que evocaban
tiempos pasados, lo cual hacía la labor más dura y penosa. Aún se
utilizaban los arados romanos de madera, en los que sólo era de hierro la reja
y casi todas las tareas se hacían a mano, ayudados con caballerías, burros y
vacas.
Se
practicaba el sistema de siembra alternativa, conocido desde la más remota
antigüedad. La experiencia de los agricultores más ancestrales les había
informado sobre sus observaciones y por ellas sabían que la siembra de un
producto determinado era más abundante si se hacía detrás de otro específico. Y también, de vez en cuando, se
dejaban descansar los campos, baldíos, sin sembrar nada durante un año, es
decir, en barbecho. Todo esto había sido transmitido a lo largo de
generaciones.
Tampoco se
utilizaban fertilizantes químicos, desconocidos aún en estas latitudes, por lo
que el único abono que se usaba, para disminuir en lo posible el degradado de
la tierra, era el estiércol, más conocido como fiemo. Pero incluso éste, al no
existir en abundancia, las tierras ya de por sí pobres por naturaleza, a
pesar de practicarse el barbecho, es decir, el año y vez, estaban esquilmadas
por las sucesivas cosechas. El resultado conseguido era que la producción era
poco generosa en relación al esfuerzo invertido. Con estos condicionantes
tan adversos en contra de uno mismo, la realidad era que había que estar todo
el año trabajando, para obtener unos resultados precarios que no compensaban la
dureza y el esfuerzo proporcionados.
El cereal
era la mayor riqueza de una familia y la época de la recolección la etapa más
temida de todas. Era necesario realizar muchos trabajos, todos de un gran
esfuerzo, en el menor tiempo posible. Desde que se iniciaba la siega con hoces
o dallas, hasta que el trigo se almacenaba en los graneros, transcurría poco
tiempo, pero ya había sido necesario realizar el acarreo de la mies desde el
campo a la era, la trilla, el aventado, la recogida del trigo en sacos y el
transporte hasta la casa. La realización de todas estas operaciones había
requerido trabajar muchas horas, con gran esfuerzo, “a lomo caliente”, todas
las personas de la casa, y más que hubiera habido. Todas estas tareas realizadas
a su debido tiempo, antes de que una climatología adversa, sobre todo alguna tormenta
con granizo, arruinase el trabajo de todo un año y una buena parte de la
subsistencia del siguiente.
Como se
puede precisar por lo expuesto, todas las personas de la familia, que solía ser
numerosa, como si de una colmena se tratase, tenían que colaborar cada una con
relación a sus fuerzas a la consecución del trabajo, puesto que era una necesidad
de carácter ineludible. Incluso los niños abandonaban la escuela a los pocos
años para ayudar en algunos trabajos muy específicos, reservados a ellos casi
en exclusiva. A este respecto recomiendo ver la película de los hermanos
Taviani, Padre, padrone (es decir,
padre y patrón), donde amplían el tema sobre el trabajo infantil.
Algunas haciendas,
bien porque no tenían hijos o bien porque se lo podían permitir, contrataban
algún jornalero para liberar del trabajo a algún miembro de la familia.
Por el
contrario otros hombres, antes de empezar los trabajos para la recolección de
su propia cosecha o una vez terminada, dependiendo del terreno a donde iban, se
desplazaban en cuadrillas a ayudar a la recolección en otras tierras como la
Hoya de Huesca, los Monegros o la zona Molina de Aragón. Y en la década de los
sesenta, había personas que se desplazaban a Zaragoza para trabajar en la
campaña de la remolacha e incluso a Francia a la vendimia. De esta forma
ganaban un complemento pecuniario que muchas veces resolvía la precaria
economía familiar, pero pagado con creces en base al esfuerzo personal, con renuncias
a gustos propios, con muchas dificultades y como complemento el sufrimiento que
suponía la separación temporal de la familia.
En la
actualidad, las máquinas han liberado a las personas de estos descomunales
esfuerzos que se necesitaban para sobrevivir, muchas veces precariamente. Con
pocos trabajadores y escaso esfuerzo, estos gigantes de la mecánica, ayudan al
aumento de la productividad de estas tierras, que aunque pobres, les permite a
los pocos que han quedado vivir con dignidad, incluso mejor que otros que
emigraron en tiempos pasados.
Este pueblo
que superó los quinientos habitantes, hoy no llegan a los cien censados y de
los pocos que quedan la mayoría son jubilados.